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La casa del árbol – Reflexionamos juntos

La casa del árbol – Reflexionamos juntos

Acompañamos todos los cuentos de unas preguntas, relativas al texto, para ayudar a los niños a profundizar en el tema según su propia experiencia:

  • ¿Qué opinas de lo que hizo Ramón?
  •  ¿Crees que Pablo hubiera debido contarle a su profesora lo que le había pasado?
  • ¿Te ha pasado alguna vez algo parecido?
  • ¿Qué harías tú en una situación similar?

Las preguntas  están destinadas a ayudar los niños a profundizar en los cuentos según su propia experiencia. En “Cuentos para niños” podemos encontrar el texto sobre el que están inspiradas para estimular en nuestros hijos su aprendizaje de inteligencia emocional Pincha aquí y en “Moralejas para adultos” una reflexión sobre el tema, Pincha aquí.

 

 

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La casa del árbol – Emociones

La casa del árbol – Emociones

Cuando hablamos de emociones tendemos a pensar en las emociones positivas. Las experiencias negativas despiertan en nosotros sentimientos de ansiedad, miedo, rechazo… y pensar en ellas nos resulta, por lo general, desagradable.

Queremos que nuestros hijos sean felices. Es muy común que creamos que debemos evitar las frustraciones a los niños. Y, aunque sabemos que es imposible evitar todos los contratiempos, hacemos todo lo que está en nuestra mano para facilitar su camino. 

Pero en la vida no sólo es necesario el negro para saber diferenciar el blanco, sino que el negro y el blanco existen más allá de nuestros deseos y voluntad.

A lo largo de la infancia nuestros hijos deben aprender a soportar y manejar los nervios, la rabia ocasional, el resentimiento, el mal humor… la frustración, hasta controlar sus expresiones; y manejar esas emociones para que no les supongan un problema.

¿Cómo podemos ayudar a nuestros hijos en esa tarea?

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La casa del árbol

La casa del árbol

Pablo había sido muy feliz hasta que empezó el colegio. Tenía muchos amigos en la guardería y siempre estaba contento.

Pero el primer día en la nueva escuela, al salir al recreo, discutió con unos compañeros por los juguetes de los areneros, y se peleó con un niño un poco mayor. Querían hacer un recorrido para lanzar canicas y le quitaron las palas.

 

Pablo no supo qué hacer o cómo reaccionar. Decidió apartarse. Se sentó con los brazos cruzados y no quiso jugar más.

A las 12 su profesora sacó al patio unos balones. Iban a jugar al fútbol.

Pero el niño que le molestó iba a hacer los equipos y Pablo no participó.

Así, día a día, Pablo se fue aislando. Sin darse cuenta dejó de jugar; y al final ningún niño quería estar con él. Siempre parecía enfadado.

Ni siquiera él mismo entendía por qué contestaba mal a todo el mundo. Simplemente no podía evitarlo. Deseaba estar solo. Se hubiese construido una casa muy alejada, en las montañas, encima de un árbol; un lugar en el que no hubiese niños ni colegios, ni patios, ni deportes… Un lugar en que se sintiese seguro.

Al llegar la noche, en la soledad de su cuarto, imaginaba esa casa apoyada en un árbol de grandes raíces.

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