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CUENTOS DE FIN DE CURSO

CUENTOS DE FIN DE CURSO

¡Qué rápido pasa el tiempo! ¡Ya tenemos a la vuelta de la esquina el final del curso!

El año escolar deja en nosotros huellas imborrables: todo lo aprendido, los compañeros y amigos, los juegos… y, por supuesto, esos profesores especiales que no se olvidan nunca.

 

Desde Miles de Textos, como todos los años por estas fechas arrancamos la temporada de preparar los Cuentos de fin de curso. ¿Aún no los conoces? Recogemos todas las vivencias, actividades y recuerdos del año escolar en un cuento muy especial y único. Estos cuentos están pensados como un regalo para los maestros y también, imprimiendo un número mayor de ejemplares, como un recuerdo perfecto para todos los niños de la clase; para que puedan tener un precioso recuerdo de su año escolar.

Cuentos para profes.... www.milesdetextos.com RED

En Miles de Textos pensamos que no hay mejor ocasión para regalar letras que cuando queremos encontrar un detalle especial para los maestros de nuestros hijos.

La mayoría de los cuentos que se venden en diferentes portales no nos ofrecen la posibilidad de recoger las anécdotas de cada niño, las canciones que les canta su profesor, sus mascotas,  las actividades o excursiones que llevaron a cabo, esos guiños especiales que sólo la clase conoce… porque no son personalizados de verdad.

Con un sencillo cuestionario recabamos la información que es importante para cada niño: qué aprendió, qué le gustó, con qué se divertía; y con las fotos de toda la clase y de sus maestros, preparamos las ilustraciones de ese cuento único.

Completamente personalizado, a la medida de su clase es, sin duda…, ¡el mejor regalo!

Cuentos profes www.milesdetextos.com

 

Ahora es el momento perfecto para empezar a prepararlo. Ponte en contacto con nosotras en comunicacion@milesdetextos.com y descubre lo fácil que es sorprender, con un cuento, a niños y profesores.

 

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Los buenos maestros

Los buenos maestros

Este ha sido el último año de mi hijo pequeño en el colegio.

Hoy era su fiesta de graduación y he asistido, como el resto de padres, a una de esas representaciones teatrales en que poco importan los textos… porque los niños de cinco años que empiezan primaria llenan el escenario entero de gracia y ternura, y los de doce lo inundan con el desparpajo que deja intuir lo que serán en un mañana muy cercano.

Me acompañaba mi hijo mayor que este año termina la ESO para empezar su primer año de Bachillerato; 1 metro 80 de adolescente ;-)

Ya he asistido a muchas fiestas de Navidad en las que, sin saber por qué, te emocionas mientras un montón de niños desafinan disfrazados de estrellas. Pensaba que estaba “curtida” en ese tipo de emociones  y ya no se me saltaban las lágrimas con “pequeñeces”.

Llegué tarde, cansada tras uno de esos días duros en que las cosas se han complicado y aunque no se ha podido correr más no se ha llegado a tiempo a ningún sitio. La función había empezado. Sólo había un sitio libre y mi hijo tuvo que sentarse en las escaleras. Los más pequeños, disfrazados de animales, enternecían al público.

Cuando acabó esa primera actuación, encendieron las luces y descubrí  que estaba sentada en el asiento inmediatamente posterior al que ocupaba la profesora que había dado clase a mi hijo mayor durante toda la primaria.

Mi sorpresa fue mayúscula: Como si hubiese descubierto a su amigo más querido, con más ilusión que si le hubiera hecho un regalo, con la sonrisa llena de infancia… se convirtió ante mis ojos en el niño que fue, se abrazó a su profesora y a mí me cayeron encima los recuerdos de sus primeros años de colegio como si hubiese sido un peso físico.

Esa profesora fue para él: apoyo, motor, consuelo, estímulo, refugio, aliciente… Y cuando le vi abrazarse a ella… y cerrar los ojos al hacerlo, como sólo se hace con los afectos más sagrados, se me saltaron las lágrimas. Cuando se dieron cuenta se echaron a reír los dos. Y recordé que mi hijo siempre lloraba el último día de colegio.

-  ¡Es que hasta septiembre no voy a volver a verla, mamá! – me decía para detener mis frases de protesta.

Como si cualquiera pudiera entender ese sentimiento.

Al empezar el instituto solía acompañarme al colegio, cuando se terciaba, a recoger o llevar a su hermano y, al menos una vez al año, iba a buscar a su maestra para resumirle un poco cómo iban sus cosas.

Mis hijos dejan el colegio y vamos a estar muy lejos de “El Encinar” y de Mari Carmen Alonso. Nos mudamos a Sevilla en unos días. Pero no importa lo lejos que esté mi hijo físicamente de su infancia. El  cariño y la admiración no entienden de distancias. Con los míos escribo este post dedicado a ella y a todos los maestros que consiguen atraer, entretener, acompañar, encauzar a sus alumnos y educarlos, en el más auténtico sentido de esas palabras.

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