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Educación… sin descanso

Educación… sin descanso

Mi abuelo contaba una historia muy divertida en la que un padre, tras los malos resultados académicos de su hijo, le llevaba a dar un paseo para corregirle.

Ya sentados en un banco, el padre comenzó con la “charla”:

-          “Parece mentira el disgusto que le has dado a tu madre, bla, bla, bla. Eres el único que ha suspendido de tu clase. Pero… ¿tú qué es lo que te crees que es la vida? Cuando yo era pequeño, bla, bla, bla…”

Mientras duraba la perorata el chico inmóvil, con la mirada fija en el suelo, aguantaba el chaparrón.  En un momento, el padre preocupado por su silencio amainó y le dijo:

-           “Pedro, hijo, ¡di algo tú!”

El niño, tan contento al volver a la realidad desde sus pensamientos, contestó:

-           “Padre, ¿a que no sabe cuántas hormigas han entrado por ese agujero?

Para educar sólo hay que tener clara la meta y perseguirla con conocimiento, constancia y firmeza.

Consigamos que nuestras palabras nunca sean tormentas sobre los niños… aunque a veces las escuchen como quien oye llover ;-)

Foto tomada de la página Vivir en Utopía, Facebook

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Los niños responden mejor al premio que al castigo por lo que hemos de ser igual de explícitos cuando expresamos amor, u orgullo, que cuando les mostramos nuestro descontento.

Es vital saber elegir los premios y castigos. Desgraciadamente tendemos a estar pendientes de nuestros hijos fundamentalmente para corregir sus conductas. Cuando los niños están tranquilos, jugando o leyendo, no entramos en sus cuartos para decirles lo orgullosos que estamos de ellos, o lo contentos que nos sentimos. Los niños buscan nuestra atención y aprobación. Si sólo les hacemos caso cuando chillan… chillarán, si sólo les hacemos caso cuando pegan a sus hermanos… se pegarán; y por el mismo motivo sólo reforzando nuestra atención en los buenos momentos conseguiremos estimular un buen comportamiento.

El mejor premio para un niño es recibir nuestra atención y el peor castigo sentir que la pierde y con ella nuestra aprobación.

A todos los padres nos gustaría educar sin tener que castigar. Desgraciadamente esto no siempre es posible y conviene tener en cuenta algunas ideas básicas:

1.- Debemos distinguir entre castigar y corregir. Sólo se pueden castigar las conductas que vulneraban una prohibición conocida.

2.- Los castigos:

- Han de ser proporcionados a la gravedad de la acción cometida.

- Deben ser meditados y nunca motivado por una reacción ante un enfado.

- Deben expresar y trasmitir nuestro cariño y su finalidad aleccionadora.

- No  se  deben  alargar  en  el tiempo  porque  el  castigo ha de cumplirse en su totalidad. Si se alargan en el tiempo, por ejemplo “No podrás ver la tele en un mes”, pierden efectividad (por un lado son más difíciles de supervisar y controlar su cumplimiento total; por otro, la persona castigada se acostumbra a la situación y deja de esforzarse por mejorar si siente que nada de lo que haga puede cambiar las cosas).

3.- Cuando pedimos a nuestros hijos que nos cuenten la verdad sobre algo y lo hacen, no debemos castigarles NUNCA por la acción que confiesan;  de otro modo, en la próxima ocasión en que busquemos su sinceridad, mentirán para evitar el castigo.

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