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Paciencia… paciencia

La paciencia es una virtud fundamental para la felicidad; una cualidad de la personalidad que está muy relacionada con la fortaleza y la constancia, pero también con el autocontrol.
Una de las lecciones más difíciles de impartir es la de “Cómo conseguir ser más pacientes”: “Nuestros hijos suelen hacer lo que hacemos, no lo que les decimos que deben hacer”.
En la vorágine del día a día… es muy difícil ser pacientes y enseñarles a serlo. Tenemos que procurar no perder los nervios delante de los niños.
Es fundamental enseñarles que, aunque la vida no siempre se puede planificar, hay que luchar por nuestros sueños y tener fe en que, con esfuerzo y paciencia, la mayoría de las veces podemos alcanzar nuestros ideales.
Los niños tienen cierta dificultad para valorar correctamente las metas lejanas. Sus objetivos, y premios o recompensas, deben ser cercanos para que perseveren en el esfuerzo. Esperar no les resulta fácil. ¿Os acordáis cuando éramos niños? El tiempo iba muuuuuucho más despacio
A la hora de hablarles sobre constancia, esfuerzo y paciencia, ayuda describir los objetivos a cumplir como si fueran destinos de un viaje. Los niños no entienden por qué no pueden conseguir aquello que desean… en el acto. Poco a poco aprenderán a ser más pacientes.
Acostumbrarles a esforzarse para conseguir lo que buscan y prepararles para soportar mejor las frustraciones enseñándoles a tolerar algunos retrasos… les ayudará a valorar el tiempo con una visión objetiva sobre cómo es la vida.
A partir de los dos o tres años los niños pueden ir aprendiendo a tener algo de paciencia. Estas son algunas de las cosas que podemos hacer para fomentar esa virtud:
- Predicar con nuestro ejemplo. Debemos enseñarles a ser pacientes… ¡siéndolo! ;o)
Tratemos de ser especialmente pacientes con sus limitaciones. La mejor manera de fomentar su autonomía es demostrarles que confiamos en sus capacidades.
- No les hagamos esperar cuando no sea necesario y tratemos de evitar que esas esperas sean muy largas. Es útil trabajar con ellos su capacidad para tolerar pequeñas demoras y utilizarlas para explicarles que el deseo de conseguir las cosas hace que las disfrutemos más.
- No debemos ceder cuando piden las cosas de mala manera, ni ante rabietas. Una forma de ejercitar su paciencia es obligarles a pedir las cosas educadamente, a no interrumpir nuestras conversaciones cuando nos quieren pedir algo, etc.
- Es fundamental cumplir nuestras promesas. Aunque también es importante que los niños comprendan que en ocasiones, aunque esperes y seas paciente, las cosas no siempre salen y resultan como a nosotros nos gustaría. Si les decimos que al día siguiente iremos a la playa… y ellos esperan pacientemente pero al día siguiente amanece un día frío y lluvioso… y no podemos ir… ¡nos dirán que les hemos mentido! Es interesante acostumbrarnos a hablar en términos de probabilidad: “Mañana, si podemos y hace bueno, iremos a la playa”.
- Para que nuestros hijos esperen cuando les pidamos que lo hagan… tenemos que explicarles el por qué de esa espera y demostrarles que cuando son pacientes obtienen aquello que desean.
- Hay muchos juegos para ejercitar la paciencia de los niños: todas las actividades que requieran esperar turnos o aquellas que se puedan llevar a cabo en varios días, por ejemplo puzzles, construcciones, legos… que se puedan empezar hoy pero haya que esperar a terminarlos mañana; buscar juegos con diferentes niveles de dificultad, para que ellos vayan superando fases y viendo su progreso.
Es importante no permitir que abandonen una actividad o juego porque no les salga a la primera. Hemos de estimularles a seguir intentándolo, a no desistir, y reforzar la actitud cuando han conseguido la meta.
Los juegos también nos pueden ayudar a entretenerles mientras esperan.
El tiempo corre mucho más rápido cuando les hacemos caso
Esta “Moraleja para adultos” es una reflexión sobre educación asociada a un cuento. En “Cuentos para niños” podemos encontrar el texto sobre el que trabajar con nuestros hijos para estimular su aprendizaje de inteligencia emocional.
En “Reflexionamos juntos” unas preguntas, relativas al cuento, para ayudar a los niños a profundizar en él según su propia experiencia.
Leer masEl aprendiz de mago

Desde que era muy, muy, muy pequeño Jorge deseaba ser mago. La primera palabra compleja que aprendió a decir fue “Abracadabra”, y con cualquier trapo de la casa se fabricaba una capa. De modo que, cuando cumplió once años, sus padres decidieron hacer realidad sus sueños y le dejaron partir en busca del mago Colás.
El viaje fue muy incómodo, lento y tedioso; y pasó mucho frío en un carro tirado por mulas. Pero nada más llegar al castillo del mago se le olvidaron las penurias que había pasado y, deslumbrado, recorrió todas las dependencias siguiéndole.
Las paredes de las habitaciones estaban cubiertas de estanterías repletas de libros de magia.
Jorge estaba deseando empezar con sus clases y así se lo dijo al mago Colás:
- Yo sólo quiero ser mago.
El anciano, sin contestar, se acarició la larguísima barba blanca y sonrió.
- Quiero empezar con las clases – insistió Jorge.
- Lo comprendo – contestó el mago Colás después de una larga pausa – Pero todavía no sé si vas a ser alumno mío. Es algo que debo pensar detenidamente.
- ¿Cómo? – se enfadó Jorge – ¡He hecho un viaje larguísimo!
- Así es – corroboró el mago sin inmutarse.
Y con la mano le indicó un largo pasillo.
Al final del recorrido entraron en la cocina más desordenada que Jorge había visto nunca.
Los platos con verduras y frutas contenían también piedras, uñas de dragón, hierbas y hongos; y un montón de cosas más que Jorge no identificaba, como tarros de cristal con extraños brebajes, pergaminos antiguos con lazos de terciopelo, una marmita burbujeante y huevos de diferentes tamaños y colores, alguno casi tan grande como su cabeza…, y el caos reinaba también sobre sartenes y cacerolas.
- Mira – dijo el mago con voz profunda – “Flaster cuchara blendarium burdas”.
Y, al momento de pronunciar esa frase extraña, una cuchara pareció tomar vida y voló por encima de la cabeza de Jorge hasta un cajón abierto para guardarse en él y cerrarse cuidadosamente.
- ¿Te das cuenta? – le preguntó el mago.
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