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Cómo preparar a un niño para un examen: La imaginación al servicio de la memoria

Cuando mis amigas se quejan de que sus hijos tienen problemas con las notas, suelo ofrecerme para echarles un cable (exceptuando si se trata de matemáticas, que se me atragantaron toda la vida).
Si un niño empieza a tener problemas con alguna asignatura conviene probar un cambio completo en la forma de estudiar, de enfrentarse con esa materia.
“Ser previsores” no está entre las cualidades de niños y adolescentes. Y los padres estamos tan liados que solemos darnos cuenta de sus “dificultades” el día antes de un examen (porque les vemos muy agobiados), o el día después de recoger las notas (porque, entonces, nosotros también estamos muy agobiados ). Y estos son dos momentos en que es difícil acercarse a las asignaturas un poco “hueso” con tranquilidad y con sentido del humor, dos herramientas de éxito.
Lo primero que pido antes de echar una mano a un estudiante es que sean ellos quienes soliciten la ayuda y me lo pidan directamente de forma expresa. Es fundamental que recaiga en ellos parte de la responsabilidad de buscar una solución a sus problemas. Y les advierto de que es un esfuerzo para mí que no me reporta ningún beneficio y que tienen que comprometerse a no quejarse, ni tirar la toalla, hasta que su examen esté preparado.
Nunca he necesitado más de una tarde y todos los niños a los que he ayudado han sacado una calificación igual o superior a 8.
El procedimiento es sencillo: Les pido que me cuenten lo que les parece esa asignatura, el profesor, qué piensan de su capacidad, dónde creen que tienen más problemas y qué les gusta. Me da igual que sea un detalle sin importancia, pero trato de terminar ese listado con algo positivo antes de ponerme a leer con ellos los temas que entrarán en el próximo examen.
No pretendo recuperar una asignatura entera. Mi intención es que aprueben con una buena nota. Si abordase una tarea excesivamente complicada, o pretendiese buscar todas sus lagunas, no conseguiría mi objetivo: demostrarles que pueden aprobar si optimizan sus esfuerzos. Una vez acabe esa tarde de estudio deberán enfrentarse nuevamente con la asignatura, pero lo harán desde la perspectiva del ganador y sabiendo que pueden lograrlo.
Me produce especial satisfacción ayudar a niños con dislexia y asomarme a su imaginación. Siempre me sorprenden su capacidades. Cuando están bien dirigidas, y se sienten seguros, sus asociaciones mentales son originales y divertidas.
Tengo mucha suerte: Mis hijos son buenos estudiantes. Pero cuando alguien me ha visto cómo les enseñaba a memorizar se quedaba de una pieza. Utilizo cualquier recurso a mi alcance para ayudarles a recordar los conceptos con facilidad. Estas son algunas ideas que os pueden ayudar:
- Tras la primera lectura empezamos una más detallada en la que subrayamos y resumimos mientras preparamos un esquema con los conceptos que van dominando gracias a las reglas mnemotécnicas.
- Les enseño a hacer mapas mentales. Les hago recordar aspectos visuales de los textos, dónde están colocados, bromeo sobre las fotos que aclaran el tema, divido los mapas en cuadrantes… Todo vale para que tengan una imagen mental de aquello que deben recordar.
- Invento historias que contienen las palabras claves que tienen que fijar. Intento que sean de lo más rocambolescas. Cuanto más rara o con palabras más chocantes, mejor las recordarán. Con frecuencia utilizo palabras o trozos de palabras que deben estudiar en construcciones gramaticales que les sorprenden, e incluso revuelven. Cuanto más relacionadas con su vida y afectos… mejor: nombres de sus amigos, de su perro, el día de su cumpleaños, la edad de su hermano.
- Sustituyo palabras complejas por otras parecidas y más sencillas, o uso acrónimos (construyo palabras o frases con la primera letra, e incluso la primera sílaba, de cada palabra a memorizar).
- Las rimas son muy útiles y las canciones también, aunque os reconozco que no suelo usarlas. Tardo demasiado tiempo en diseñar este tipo de trucos y prefiero tirar de frases rápidas y muy chocantes que los niños me ayudan a construir. Os aseguro que lo pasan pipa diciendo tonterías y aprendiendo a diseñar sus propias estrategias.
- Para recordar los números suelo usar cumpleaños, edades, número de bollos que me quiero comer… e intento relacionar los números con los afectos. Será porque es lo que yo manejo peor y, a mí, otros sistemas más racionales no me funcionan.
- Les enseño a trocear la información, y a relacionarla, y establezco asociaciones entre los conceptos.
Mis hijos jamás olvidarán que la capital de Macedonia es Skopje y yo… tampoco.
“Cuando te ofrezcan fruta… escopge la macedonia” –les dije una vez. Nos reímos mucho y no nos olvidamos ninguno de los tres.
Como disléxica que soy, me encanta constatar que la mejor manera de sacar buenas notas para un examen puntual consiste en… ¡poner la imaginación al servicio de la memoria!
Leer masAdolescencia – ¿Vaguería o desobediencia?

La mayoría de las veces nuestros hijos adolescentes no quieren desobedecer, no son desafiantes, ni siquiera irresponsables… en realidad, es algo mucho más sencillo: Simplemente quieren posponer una tarea que no es apetecible. Cuando se está en esa edad, el tiempo se valora de un modo distinto y cuesta mucho reunir la energía necesaria para acometer los trabajos que resultan desagradables.
Nuestros hijos no quieren desobedecernos, sólo quieren saltarse nuestro control… de vez en cuando.
Dicen “Luego lo hago” y es exactamente eso lo que piensan, sólo que ese “Luego” nunca llega. Nunca encuentran el momento de cumplir con una tarea desagradable. La mayoría de las veces, cuando quieren llevarla a cabo… el tiempo se ha esfumado y con él… la oportunidad de cumplir con su obligación.
Mi abuelo solía decir: “La forma más innoble de no realizar una tarea es posponerla”. ¡Qué difícil le fue conseguir que yo interiorizara el significado de esa frase! ¡Me la repetía una y otra vez…! Casi tanto como yo, ahora, a mis hijos adolescentes
Durante la niñez, los adultos ejercemos como “fuerza de voluntad externa”: nos ocupamos de que coman lo que tienen que comer, de que se acuesten a la hora adecuada, controlamos que hagan sus tareas… Pero al llegar a la adolescencia, nuestros hijos demandan más autonomía y descubren que pueden tomar sus decisiones. En ese momento descubren lo costoso que es el auto-control. Por este motivo es muy importante trasmitir a nuestros hijos de una forma adecuada cuál es el significado más positivo de la palabra “disciplina” y cómo está asociada con la fuerza de voluntad y la constancia.
El control que ejercemos sobre los adolescentes es siempre imperfecto. La realidad es que si nuestros hijos de verdad quieren hacer algo, lo harán. Pero también es verdad que sus motivaciones son distintas de las nuestras y que les cuesta mucho esforzarse para lograr un objetivo lejano. Por eso hemos de darles sólo la libertad que pueden asumir y administrar.
Los adultos tenemos que ir dejando poco a poco nuestro papel de “Pepito grillo” con los hijos, de forma gradual y progresiva. Tenemos que supervisar que tienen la fuerza de voluntad suficiente para cumplir con sus obligaciones, e ir suprimiendo nuestro “control externo” según vayamos constatando que no nos necesitan en ese papel.
La realidad es que nuestros hijos aprenden el valor de lo que les exigimos en función de la importancia que le demos a que cumplan con su deber. Si no establecemos bien los límites y les exigimos determinados comportamientos les será muy difícil esta tarea.
¿Qué podemos hacer mientras desarrollan adecuadamente su sentido de la responsabilidad? Ponernos pesados, repetir nuestras peticiones, exigir, recordar…
Con el tiempo… nos lo agradecerán.
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