ESTRENAMOS COLECCIÓN

ESTRENAMOS COLECCIÓN

 

Los teatros y los cines preparan sus mejores galas para los estrenos.

Nosotr@s sólo tenemos que buscar un rincón en el que haya niños jugando, dejar unos cuantos libros sobre una mesa… y esperar.

Estrenamos colección

No os podéis imaginar los nervios que siento mientras lo hago. Es como presentarme a un examen.

Cuando un niño coge uno de los libros y veo que disfruta con él… es como un estruendoso aplauso que no cambio por ninguno; y un: “¿Me lo lees?”… ¡se convierte en el mejor premio!

 

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Las galletitas mágicas

Las galletitas mágicas

Unos días antes del nacimiento del príncipe Yusuf su padre, el rey, reunió los caballos más veloces y envió emisarios por todos los caminos para que acudieran a palacio cuantos magos, brujas, hadas y duendes habitaban en su reino.

Todos los convocados acudieron a su llamada de lo más intrigados.

El palacio se había preparado para la llegada del pequeño príncipe. Los súbditos esperaban ansiosos la fiesta del nacimiento y el incesante goteo de aquellos invitados no hizo sino aumentar la expectación.

PUENTE LEVADIZO-ok

Según iban entrando por el puente levadizo, el rey recibía a todas las eminencias del mundo de la magia con un abrazo, les agradecía su presencia y les destinaba a los aposentos del ala norte de Palacio, en donde debían permanecer como invitados durante dos meses.

Al principio, nadie entendía qué pretendía el monarca obligándoles a alojarse en palacio y a quedarse durante tanto tiempo. Con ese plazo el rey se aseguraba de que recibía su invitación todo el que tenía un lugar destacado en el mundo de la magia.

Pronto descubrieron la intención del rey. Quería conseguir el conjuro de la felicidad para el recién nacido. Estaba seguro que alguno de aquellos poderosos  hechiceros poseía ese secreto.  

Preparó un tesoro fabuloso, lo situó en la sala del trono y les dijo:

- Todas estas riquezas serán de aquel que durante la fiesta de presentación del príncipe Yusuf, que tendrá lugar dentro de dos meses, entregue al niño el regalo de la felicidad en forma de bebedizo, conjuro, fórmula mágica, pócima gloriosa… pedrolo filosofal… ¡o lo que sea!

tesoro

En el cofre que el rey había preparado brillaban las monedas de oro como soles diminutos, las esmeraldas encerraban el brillo de los bosques en primavera, las turquesas contenían los azules de todos los mares del mundo y el rojo de los rubíes resultaba tan tentador que inmediatamente todos los magos, duendes y hadas, e incluso las brujas, se pusieron a trabajar para poder entregar al niño su mejor regalo y ganar aquel enorme arcón de riquezas.

El día de la fiesta, cada participante de ese singular concurso iba acercándose a la cuna, explicaba en qué consistía su regalo mágico y lo depositaba a los pies del  rey, seguro de que su presente era el mejor y de que sería el elegido:

- He fabricado la espada que gana mil batallas – decía el Mago Beligerante – mientras entregaba el arma a un lacayo para que el rey pudiera verla bien – Empuñadura de piedras preciosas y absolutamente invencible – añadía mientras se retiraba.

- Os entrego, majestad - se acercó una bruja - el pañuelo de las sonrisas; hecho de sedas maravillosas y capaz de absorber todas las lágrimas del pequeño príncipe y devolver a su rostro la alegría.

- Aquí tenéis el espejo de la belleza infinita – dijo el Hada Padrina – Todo el que se mira en él consigue contemplar su ideal y descubrir lo que puede llegar a ser: el rostro más hermoso, los rasgos perfectos… y una figura regia… que es “lasuperperalimonera”.

- Nada de lo que os entreguen, majestad, superará mi bastón de mando. Confiere poder y autoridad. Este bastón dominará el mundo – declaró solemnemente el adusto general de los enanos saltarines.

- Yo os obsequio con un libro en el que se encierran todos los conocimientos del mundo. Lo he llamado tableta…  

Cuando acabó aquel espectáculo de encantamientos extravagantes, el rey tomó la palabra:

- Gracias a todos por vuestros presentes. Qué difícil será decidir cuál de todos estos regalos es el que mejor puede conseguir la felicidad para el  príncipe.

De pronto se calló y buscó entre la multitud. Mientras trataba de elegir, había descubierto a un mago que no había dejado regalo alguno para el pequeño. Había sido su preceptor cuando el rey era niño, pero abandonó la corte sin explicaciones para no volver. Siempre estaba rodeado de dragones.

MAGO Y DRAGÓN-ok

- Mago Dragón – le llamó enfadado por su apodo – ¿Por qué no hay en este montón ningún regalo tuyo?

El mago sonrió pacientemente.

- Mi rey, para preparar el conjuro de la felicidad necesitaría mucho tiempo. Os digan lo que os digan… ¡es imposible preparar un conjuro de la felicidad en unos meses!

El rey se quedó intrigado.

-  ¿Cuántos meses necesitas para prepararme una poción?

 -   No lo sé exactamente. Muchos meses, tal vez un año… o dos… No sería una poción. Ese conjuro siempre se envuelve en harina. Debería prepararlo con el calor de un horno de leña traída de los Bosques de los Árboles Parlantes… y el azúcar de los Rincones Místicos de la Dulzura… ¡Necesito ingredientes de casi todos los confines de la tierra!

No obtuvo respuesta. El rey movió su capa y salió del salón del trono sin decir ni una sola palabra.

A la mañana siguiente repartió el fabuloso tesoro entre los asistentes a la fiesta y prometió preparar otro cofre igual para premiar al mago cuando consiguiese terminar el conjuro mágico para el príncipe.

Obligó al mago a quedarse en la corte (que para algo era el rey) y le hizo preparar un listado de todos los ingredientes que necesitaría para elaborar su receta mágica.

- Voy a hacer, para el príncipe Yusuf, galletitas de la felicidad. Necesito harina de trigo de los Valles de Sol que sea molido en molinos de la Región de la Alegría.

Inmediatamente uno de los veloces caballos del rey salió a galope en busca del primer ingrediente.

Cuando llegó la harina al palacio, el príncipe había cumplido un año.

- Necesito huevos de avestruz. Alguien debe ir a las montañas lejanas de Más Allá, y robar unos cuantos huevos de avestruz roja.

Cuando el mago recibió los cinco huevos, el príncipe ya sabía hablar y disfrutaba de su compañía. Solía pasar las tardes con él aprendiendo miles de cosas. Todos le decían que ese mago le iba a preparar unas galletitas que le darían la felicidad… ¡Y estaba deseando probarlas!

Pero los emisarios que el rey mandó para conseguir todos aquellos ingredientes no los reunieron todos hasta que el príncipe cumplió cinco años.

Cuando los extendieron sobre la mesa de la cocina, el príncipe pudo contemplar ralladura fina de limones de las Regiones Amargas, canela en rama de aroma suave… pero eterno, manteca amasada por manos cariñosas, azúcar tan dulce como los besos, la mejor harina, almendras de los árboles de los deseos y cinco huevos rojos como globos.

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El príncipe estaba entusiasmado. Se moría de ganas de ver cómo el mago preparaba las galletas y estaba deseando hincarles el diente.

Aquel día en la cocina fue uno de los días más divertidos de su vida. Amasaron, mezclaron, se mancharon, se rieron a carcajadas tan batidas como las claras… compartieron confidencias… Cuando el mago y el joven príncipe metían la bandeja de las galletitas en el horno ya se habían convertido en amigos inseparables.

A la mañana siguiente el príncipe madrugó más que ningún día. Estaba deseando desayunar. Sin embargo el mago se levantó tarde, preparó una mochila con queso y pan y le invitó a volar a lomos de su dragón más veloz.

- ¿No vamos a probar las galletas?

- ¡No! ¡Aún no! – contestó sorprendido por la pregunta el mago – Hay que  esperar.

- ¿Cuánto? – insistió el niño.

- Lo suficiente – fue su enigmática respuesta.

La mayoría de las mañanas, y a la hora de merendar, el príncipe solía preguntar al mago si ya había llegado el día de probar sus galletas.

La respuesta era siempre la misma: había que esperar.

Pero llegó el día en que el príncipe no preguntó más. Seguía teniendo ganas de probar esas galletas… pero había aprendido a esperar y era paciente.

El primer día que no preguntó al mago por las galletas… se encontró al levantarse con una mesa preparada con zumos de todas las clases, leche caliente y fría, dulces de todo tipo… La mesa de desayuno más apetecible de cuantas hubiera podido imaginar en el más dulce de los sueños.

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Sobre un platito pequeño estaban las galletas que tanto había esperado. Fue lo primero que tomó. Estaban duras. Había que mojarlas en la leche. Estaban muy ricas… pero esperaba algo fuera de lo común.

Decepcionado se volvió hacia el mago:

- Mago Dragón… son… como las galletas normales… ¡pero más duras!!! ¿Por qué dices que son “Galletas de la felicidad”? Me siento igual de feliz que ayer. No siento que nada haya cambiado.

- Para ser feliz, príncipe, es fundamental aprender a esperar, hacer todo lo que haya que hacer para conseguir lo que se desea, trabajar duro, confiar en que se puede lograr lo que se sueña… y todo eso… te lo han enseñado estas galletitas duras que nos podíamos haber comido el día que las cociné… ¡si no hubiera querido enseñarte esta lección!

El príncipe se echó a reír con tanta fuerza y tantas ganas… que todos los que vieron la escena se convencieron de que aquellas galletas eran mágicas. 

Por supuesto… ni el niño ni el mago les sacaron de su error.

 

Como lectura asociada, encontraremos en “Moraleja para adultos” una reflexión sobre inteligencia emocional, relacionada con este cuento, para analizar cómo podemos estimular en los niños esta capacidad.

En “Reflexionamos juntos” unas preguntas, relativas al texto, para ayudar a los niños a profundizar en él según su propia experiencia.

 

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El regalo de las hadas

El regalo de las hadas

Cuando nace una niña, o un niño, en el País de las Hadas se fabrica sin descanso polvo de hadas.

Durante todo el día y toda la noche las hadas mezclan sus distintos poderes para fabricar la poción milagrosa que proteja el niñ@ recién nacido.

Cuando está lista… la meten en un botecito de cristal que cierran con un corcho y lo preparan para hacerlo llegar al mundo real.

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Las personas mayores no pueden ver a las hadas, sólo los niñ@s son capaces de percibir el regalo que les hacen al nacer. Y volando, después de dejar un besito en sus mejillas, se esconden  bajo  sus cunas hasta que, poco a poco, todas las personas de la familia se acercan a conocer al recién nacido. Ellas esperan muy escondiditas para descubrir a cuál de todas las personas que van a ver al pequeñ@ le hace más ilusión tomarlo entre sus brazos.

Cuando contemplan la sonrisa de la verdadera ilusión en una de las bocas, vuelan por encima de la cabeza de esa persona y derraman el polvo de hadas para convertirl@s en had@s madrin@s… o padrin@s, guardianes de la felicidad de esos niños.

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 Así fue cuando nació Arlet. Las hadas eligieron a su tieta Meritxell para que compartiera todas las cosas que iban a ser especiales en la vida de la niña y para que la cuidara como un tesoro.

A las dos les encanta pasar tiempo juntas, elegir ropa preciosa, hablar de princesas, leer cuentos… o estar con Joan y jugar.

Cuando nacieron Miriam, Noelia y Ainhoa… las hadas derramaron su polvo mágico de un color tan brillante y amarillo como el del sol sobre su tía Isabel;frasco amarillo

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y cuando nació Ceci… repartieron el polvo de hadas rojo de los corazones, sobre sus tías Patricia y Ana.

Y allí donde nace un niño o una niña… las hadas preparan una visita y eligen un representante suyo en la tierra. Pero no se lo digáis a nadie.

Sólo hay una persona mayor que conoce el secreto de las hadas. Se llama Esperanza y es un “Hada padrina”.

                                                                 Pero ese es otro cuento…

                                                                        Otro día… os lo cuento ;o)

 

Como lectura asociada encontraremos, siguiendo este enlace: “Moraleja para adultos”, una reflexión sobre inteligencia emocional relacionada con este cuento, para analizar cómo podemos estimular en los niños esta capacidad.

En el enlace: “Reflexionamos juntos” hallaremos unas preguntas relativas al texto con las que ayudar a los niños a profundizar en él según su propia experiencia.

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Un gigante diferente

Un gigante diferente

Fermín era un gigante simpático y hablador.

Se podría decir que era feliz. De hecho todos los que le conocían os dirían que era un gigante feliz: tenía once años, una familia maravillosa, muchos amigos… y vivía en una casa preciosa de Villalagar, una ciudad acogedora llena de plantas y animales que conferían a sus calles aspecto de selva.

Pero los verdaderos sentimientos de Fermín no los conocía nadie. En realidad, desde pequeño, Fermín se sentía un gigante diferente. Bueno, desde pequeño… no. ¡Los gigantes nunca son pequeños!, sólo jóvenes. Así que sería más correcto decir que, Fermín, desde muy joven, estaba convencido de que era un gigante diferente… y eso le amargaba el carácter.

En cualquier caso, tenía suerte. Su mayor problema se escondía en un calcetín. Sí, sí, habéis leído bien, “su mayor problema se escondía DENTRO de un calcetín”. Fermín tenía tres dedos del pie izquierdo… verdes; y eso le había acomplejado siempre, porque no eran de un verde pálido que pudiese pasar desapercibido, sino de un verde fosforito que brillaba en la oscuridad.

Ni su padre, ni su madre… ni ninguno de sus tres hermanos… tenían lo dedos verdes y Fermín se preguntaba constantemente el por qué de su mala suerte. Dudó hasta de ser verdaderamente hijo de sus padres y se pasaba el día escudriñando los parecidos. Pero, tras hacerlo, una y otra vez llegaba a la misma conclusión: era igual que su padre y tenía la nariz exacta a la de su hermano Rigoberto…

No daba con una explicación para esos dedos del pie, verdes como espárragos. De modo que decidió que los ignoraría y para eso… era imprescindible no verlos. Se hizo un experto en quitarse los calcetines sin mirarse los pies. Aprendió a meterse en la cama de un salto para que ni siquiera sus hermanos pudiesen adivinar el brillo verdusco que refulgía en lo oscuro… y tenía zapatillas de andar por casa de todos los colores y miles de calcetines. Su par favorito era de color carne. Los utilizaba para fingir que se quitaba los calcetines y se quedaba descalzo. Pero nunca olvidaba del todo su desgracia, y ese “defecto” le molestaba hasta para caminar. Probó a no apoyar del todo el pie para ver si de ese modo los dedos perdían color: ¡nada! Estuvo casi un mes entero sin lavarse el pie izquierdo: tampoco sirvió de nada.

Y, aunque os parezca increíble… y por más que le querían su familia y sus amigos… nadie acertaba a adivinar el problema que hacía que Fermín no llegase a disfrutar del todo de las cosas.

 -          ¡Qué carácter tiene este hijo! – decía su madre cuando le oía protestar porque no quería ducharse.

-          ¡Eres un cascarrabias! – le decía su hermana Maica cuando jugaban sobre el césped con la manguera y se le mojaban las zapatillas.

-          ¿Por qué no quieres venir a la playa? – se sorprendían sus amigos.

-          ¡Debe usted cambiarse más deprisa! – protestaba el entrenador de su equipo de baloncesto cuando se demoraba en el vestuario.

Pero Fermín se sentía un gigante diferente. No se atrevía a sincerarse con nadie. Temía perder la aprobación y el respeto de los demás. Estaba realmente asustado de llegar a escuchar la burla de sus compañeros de clase:

-          ¡¡¡Dedos verdes!!!! – oía sin que nadie se lo hubiese dicho nunca.

-          ¿Qué? ¡A que te parto la cara! – contestaba airado.

-          ¿No te vienes? Pero… a ti… ¿qué te pasa? Te he preguntado que si vienes – le repetía con sorpresa su mejor amigo – ¡Desde luego estás como una cabra! ¡Te enfadas por todo!

Pero nadie se puede esconder eternamente. Y un buen día estalló su pesadilla.

-          Mañana empezarás con las clases de natación – le dijo su mamá – Eres muy alto y sólo si nadas tu espalda crecerá recta y fuerte como el tronco de un árbol.

-          ¿En la piscina?

-          ¿Dónde va a ser? ¿Hay otro sitio donde den clases de natación?

-          No – fue lo único que alcanzó a contestar.

Se quedó tan impresionado que no pudo defenderse. Su hermana Maica le puso sobre las manos un bañador, un gorro y unas gafas para bucear. Se le había acabado la posibilidad de sortear por más tiempo la mala suerte. Sintió que no le quedaban fuerzas para disimular y se retiró a su cuarto para llorar a escondidas.

Su madre tuvo que pelear mucho para vencer su obstinado silencio.

-          No te entiendo hijo, te aseguro que no te entiendo. Y si yo no te entiendo, que soy tu madre… nadie lo hará. ¿Se puede saber qué te pasa?

Fermín peleó, lloró y pataleó… pero no encontró la manera de convencer a sus padres.

Llegó el día en que le acompañaron a la piscina. La comitiva era casi una procesión. Su obstinada conducta había terminado convirtiendo en una prioridad familiar esa excursión matutina. Y Fermín asistió a su primera clase escoltado por sus padres, su abuela Tula y su tía Juana; con sus hermanos, y por si fuera poco, unos amiguitos que todavía no tenían edad de piscina pero eran unos seguidores del equipo local.

Fermín estaba desesperado. Todo el mundo iba a ver sus dedos verdes.

Antes de entrar en el vestuario, unos segundos antes de que el mundo se le viniese encima… su hermana le puso en las manos unos escarpines de plástico.

-          Toma – le dijo – Sé que no te gusta enseñar los pies.

Estaba salvado. Corrió hacia el vestuario aliviado. Se puso el bañador y aquellos escondites de plástico que le había dado tan oportunamente su salvadora Maica.

Al salir, se acercó al borde del agua; dentro jugaba el equipo al completo.

-          ¡Chicos! – les llamó el entrenador – ¡venid, que os presente a Fermín!

Y Fermín les vio salir corriendo y dirigirse hasta él.

Su sorpresa fue mayúscula. Según se acercaban comprobó que en todos los pies brillaban algunos dedos verdes. Unos eran fosforito como los suyos, otros eran del color del césped… pero en todos los pies había algún dedo verde. Miró al entrenador y descubrió un enorme, y regordete, dedo gordo… verde como un semáforo abierto.

-          ¿Cuántos dedos verdes tienes tú? – le preguntó al comprobar que Fermín no apartaba los ojos del suelo.

-          Tres – se atrevió a contestar.

-          A ver… – pidió el entrenador ayudándole a quitarse el escarpín.

-          Serás muy alto – le dijo – Tus dedos brillan mucho.

Por fin entendía la razón por la que tenía los dedos verdes.

-          Los gigantes más altos tenemos los dedos del pie muy verdes. Cuantos más altos vamos a ser… más intenso es el color de nuestros dedos. ¿No te lo había dicho nadie… nunca… antes?

Pero él no pudo contestar. Le hubiera explicado que nunca preguntó, que no permitía que nadie le viese los pies, que era un tema del que no soportaba hablar… Si lo hubiera hecho se hubiera ahorrado un montón de sufrimiento… ¡pero no lo hizo! Así que se prometió no volver a tener miedo de lo que pensasen los demás y aliviado, como el que se quita un peso insoportable, se tiró al agua. Se zambulló feliz, completamente feliz.

Texto: Elena Domínguez

Ilustraciones: Isabel Osma

www.ilusionapincel.es

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El fabricante de espejos

El fabricante de espejos

En un país del norte donde nunca  jamás amainaba el frío, vivía Trevor, el mejor fabricante de espejos de todos los tiempos.

Desde niño estaba intrigado por descubrir los misterios de la luz y entender por qué su imagen se reflejaba nítida en algunos bloques de hielo.

Cuando se hizo mayor mandó construir su casa con ladrillos de cuarzo, para que se pareciesen a esos bloques de agua helada, y diseñó una fábrica con un horno gigantesco  y forma de corazón que calentaba la estancia de sus sueños. Al principio fundía en él solamente metales que, muy pulidos, conseguían proyectar su reflejo; pero pronto descubrió cómo hacer vidrio con las sales de una mina cercana y, fundiéndolas, darles forma hasta convertirlas en un cristal  transparente y fino como la escarcha.

Recorrió todos los orfebres para elegir la plata bruñida de luna que completase sus obras de arte y contrató a los Enanos de las Minas de Oro para bañar y enmarcar sus espejos con una aleación de metales preciosos que los preservara del paso del tiempo.

Obsesionado con descubrir el método de mejorar sus espejos y convertirlos en auténticas joyas pidió al Mago de las Simas Negras la Pintura Oscura que reflejaba, mejor que ninguna otra, la belleza.

-       Para  que la Pintura  Oscura refleje las cosas bellas – le dijo el mago – debes llenarla primero, como un alquimista, de todas las maravillas que quieras reproducir. Por ensalmo, si la Pintura Oscura ha absorbido suficiente belleza… podrá convertir a cualquier muchacha fea que se mire en tu espejo en la mujer más hermosa. No tengas duda. Ese es el poder de la materia que te entrego.

Trevor, siguiendo sus instrucciones, recorrió cientos de países en un carro tirado por ocho mulas y cargado con dos recipientes que contenían el tesoro de la Pintura Oscura de las Simas Negras.

Allí donde Trevor encontraba algo bello, se detenía, abría los botes y observaba cómo parte de aquella maravilla se colaba en ellos sin robarle al paisaje su intensidad ni su perfección, intactas tras el trasvase.

Así, la Pintura absorbió las explosiones de color de los amaneceres, la seria e impresionante  belleza de los acantilados, la frescura del rocío sobre las hojas… la hermosura y la juventud de las muchachas, el verde de las praderas, el blanco de los neveros, el amarillo de los campos de trigo, los rojos del fuego… Todo lo que era digno de ser contemplado hacía detenerse a Trevor para capturar el momento, y  atesorar su belleza en aquellos botes mágicos.

Tres años tardó en recopilar lo más selecto de la belleza del mundo para llenar los recipientes que le había entregado el mago.

Cuando culminó su tarea,  volvió a su casa y construyó los tres espejos más increíbles que nunca antes había contemplado ningún ser humano.

Los colocó delante del horno, en el centro de la habitación, tapados con terciopelos azules, y rogó a sus tres mejores amigos que se situasen enfrente para verse reflejados. Ante el primer espejo, uno de los Enanos de las Minas. Frente al segundo, el Mago de las Simas Oscuras. Delante del tercero su fiel y cariñosa Milagros, a la que solía llamar de broma y cariñosamente “Mi Ama de todas las Llaves”.

Cuando Trevor dejó caer las telas, el enano descubrió en el espejo un alto y apuesto reflejo que se movía como él y tenía sus rasgos, pero sobre unas piernas altas y fuertes. Antes de que le diera tiempo de lanzar un grito de sorpresa, vio crecer su cuerpo hasta parecerse a la imagen como dos gotas de agua.  Simultáneamente, el viejo mago se convertía en un apuesto joven; y los rasgos de su ama de llaves se transformaban y en un par de minutos lucían en el más dulce rostro.

-       ¿Pero qué es esto? – oyó protestar a su amigo minero – ¿Qué me has hecho?

No parecía contento ni agradecido y su tono era de enfado.

Antes de salir de su asombro y recuperar la capacidad de respuesta su ama de llaves también le increpaba:

-       ¡No me gusta nada lo que está pasando! ¡¡Quiero recuperar mi cara!!! – exclamaba a punto de echarse a llorar.

Trevor no daba crédito. Sólo quedaba intacto uno de sus espejos.

-       ¿Estáis locos? – terminó por reaccionar Trevor – ¡¡Miraos de nuevo!! ¡¡¡Estáis genial!!!!

Sólo el mago parecía encantado con la transformación.

El enano se acercó al espejo. Se miró de arriba abajo y decidió que era divertida la sensación de haber cambiado el punto de vista. Ahora miraba las cosas desde arriba. Si era un juego… podía divertirse un rato.

-       No está mal – se atrevió a reconocer – Si es un truco es muy bueno. Pero antes de salir de aquí quiero volver a mi estado normal. Nunca podría trabajar en la mina con esta altura y mi mujer me echaría a patadas si volviese a casa convertido en un gigante.

-       Es irreversible – dijo el mago.

-       ¿Cómo? – preguntó el ama de llaves – ¿Quieres decir que mis nietos no me reconocerán? ¡Con este aspecto voy a parecer la hija de mi hija! ¡¡¡¡Qué calamidad!!!

-       Así será – reconoció el mago – Para revertir el encantamiento de los espejos habría que romperlos y debería hacerlo su constructor. Sólo él puede quitarle toda la belleza que le otorgó a la Materia Oscura.

-       ¡Hazlo, Trevor! – exigió la anciana.

-       ¡De eso nada! – se zafó el fabricante de espejos – Han sido tres años de viaje, noches sin dormir para, pasando frio y calamidades, capturar esa belleza que ahora me despreciáis. ¡No pienso hacer tal cosa! Vendrá gente de todos los países a contemplarse en mis espejos. Cobraré por lo que a vosotros tanto os molesta. ¡Renunciar a tan fantástico éxito! ¡Estáis locos!!

-       Pues los romperé yo – aseguró el enano blandiendo un candelabro y acercándose a los espejos donde se habían reflejado la mujer y él mismo.

-       Si lo haces tú no servirá – aseguró el mago – debe romperlo él.

Pero ya era tarde para frenarle y los dos espejos estallaron en mil pedazos.

Tras el desencanto, una persona muy observadora hubiera apreciado un pequeño cambio de talla en el enano, pero era tan mínimo que apenas era perceptible.

-        ¡Qué animal eres, Bruno! – se indignó el mago.

Y pronunciando un complicado encantamiento: “POCUSFILOCUSMINERUSMÍNIMUSLOCUS”, le devolvió a su tamaño natural.

-    ¿Por qué no me has dicho que podías hacer esto?

-        Porque no preguntaste. No puedo hacerte crecer. Devolverte tu tamaño… es fácil. “MILAGROSERESMÁSVIEJAQUEVIEJAERAS” - pronunció para devolver al ama de llaves todas sus arrugas.

-        Esto está mejor – se tranquilizó la mujer tocándose el rostro por no atreverse a reflejarse en espejo alguno.

Trevor no daba crédito. Sólo quedaba intacto uno de sus espejos.

-       ¡No termino de creer lo que estoy viendo!!! – se indignó - ¡Preferís estar viejos y feos!

-       ¡Oye, oye, jovencito! – se indignó su ama de llaves - Que yo no me siento fea… ¡y ser viejo no es algo malo! ¡No es un defecto! He vivido y criado cuatro hijas; trabajado y disfrutado… tanto como llorado. Mis arrugas son un mapa de mi vida que no te voy a entregar porque te haya dado por cambiar a los demás según un criterio de belleza que no es el mío.

El enano no se atrevió a abrir la boca. El ama de llaves había expresado muy bien unos sentimientos que compartía y, aunque era muy bueno con el pico y la pala, las palabras no eran lo suyo. Se imaginó viviendo con las piernas de ese gigantón desgarbado que había visto en el espejo y un escalofrío le corrió la espina dorsal.

-       ¡Sois unos desagradecidos! – exclamó Trevor.

-       Trevor – intentó mediar el mago – Cada uno tiene un concepto diferente de lo que es la belleza. Por eso, es más importante enseñar a las personas a reconocer todas las cosas bonitas que tienen cuando se miran al espejo… que fabricar espejos que les cambien.

A Trevor le costó comprender las palabras del mago y aplicar la lección que le habían dado sus amigos. Conservó el espejo de la belleza en su dormitorio y gracias a él se mantuvo joven muchos años para fabricar espejos mixtos: unos espejos que contenían sólo un pequeño fragmento de Materia Oscura cargada de belleza. Utilizó cada mínimo añico para fundirlo en los espejos que iba creando. Con esa diminuta porción de Materia Oscura no conseguía cambiar a las personas que se miraban en los espejos, pero les ayudaba a descubrir sus rasgos más atractivos y a sentirse orgullosos de ellos.

Los espejos de Trevor están hoy por todo el mundo y sólo los que sabemos mirarnos en ellos podemos descubrir cuáles son.

Ponte delante del espejo y párate a mirar el color de tu pelo, cómo destellan y brillan tus dientes cuando sonríes, o lo preciosas que son tus manos. Haz el ejercicio de descubrir cuál es esa porción de belleza que ven en ti los demás y te hace único. Esa especialísima y seductora mezcla de cosas que quienes te quieren nunca cambiarían.

Si lo consigues enseguida… puede ser que tengas uno de los espejos de Trevor en casa. ;-)

Como lectura asociada, encontraremos en “Moraleja para adultos” una reflexión sobre inteligencia emocional, relacionada con este cuento, para analizar cómo podemos estimular en nuestros hijos esta capacidad: Pincha aquí

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La princesa de las mariposas

La princesa de las mariposas

Según la leyenda, la “Princesa de las Mariposas” vivía en la torre de un castillo cerca del mar. Aunque todos la conocían por ese sobrenombre… en realidad su padre, un rey de un poderoso país de oriente, había elegido para ella un nombre de origen griego: “Sofía” porque significa sabiduría. El rey se había propuesto educarla desde el mismo día de su nacimiento para que, cuando tuviera que gobernar su país, se convirtiese en la reina más sabia sobre la faz de la tierra.

En la torre, la princesa Sofía tenía su dormitorio y un saloncito desde cuyas ventanas se podía ver el mar. Hasta allí subía todas las noches con uno de los profesores árabes para estudiar Astronomía mirando las estrellas por un catalejo.

La torre de la princesa se comunicaba con la biblioteca por el ala norte del castillo.

La biblioteca era el edificio más impresionante del recinto. Estaba llena hasta los topes de libros sobre todos  los  temas, escritos en casi todos los idiomas. Era un edificio majestuoso.

El rey había buscado a los profesores para la princesa Sofía entre los hombres más cultos, y aquellos sabios se ocuparon de que aprendiese artes y ciencias. De cada asignatura se le asignó un maestro; las dependencias para el servicio fueron creciendo… y, con ellas, el palacio.

La princesa iba, día tras día, aprendiendo cosas cada vez más complicadas.

Dama y mariposa... www.milesdetextos.com...

Cuando quiso estudiar Botánica el rey pidió que, pegado al muro del lado este, se construyesen invernaderos y mandó llenarlos de plantas de lugares exóticos que ella cuidaba y de las que aprendía en un primer momento de Botánica y luego de Ciencias Naturales (porque añadió una gran colección de insectos vivos a su invernadero). Su primer descubrimiento fue comprobar que los horribles gusanos que le traía su profesor se convertían en etéreas y brillantes mariposas de todos los colores. Enamorada de esos frágiles insectos mandó construir unos preciosos recintos de cristal a los que sólo ella tenía acceso y que sólo se abrían para sus súbditos una vez al año.

El primer día de primavera todo su pueblo estaba invitado a una fiesta que duraba hasta la noche en la que se liberaban esos insectos para convertir los jardines de palacio en una explosión de viento de colores. Desde esa primera fiesta todos conocían a la princesa Sofía como la “Princesa de las Mariposas”.

Siempre dispuesta a aprender contrató también un profesor de  Farmacia y Química y el rey mandó instalar una granja, que terminó ampliándose con una reserva, en la que convivían cientos de animales salvajes que la joven hacía traer por barco de países remotos.

El área de los terrenos reservados para la princesa crecía sin parar y, como era necesario encontrar quien entendiese de tantos animales diferentes, su padre contrató un mozo exclusivamente dedicado a esa tarea: Sebastián, que había venido de un lejano país, era el responsable de cuidar las jirafas, los monos, los pájaros exóticos, los murciélagos de la cueva artificial y los acristalados espacios de las mariposas.

La princesa pasaba sus días leyendo y aprendiendo y terminó por no salir del ala norte del palacio. Se  hacía servir la comida en los jardines que ella misma había creado frente a su dormitorio y pasaba la tarde en la biblioteca hasta la hora de dormir.

El rey empezó a preocuparse seriamente por aquella obsesión de su hija y, atendiendo a los consejos de su chambelán, decidió hablar con ella. Le comunicó que sus  asesores aconsejaban que se casase.

La princesa no pareció enfadarse y, aparentemente, no concedió mucha atención a la decisión de los consejeros de su padre. Sólo impuso una condición: “No se casaría con un hombre inferior a ella”. El que desease ser su marido debería demostrar que era al menos tan culto como ella.

A pesar de saber que esa condición limitaba mucho  los posibles candidatos, el rey dictó una proclama anunciando la decisión de su hija: “La princesa Sofía se casaría con  aquel hombre, pobre o rico, que consiguiese igualarla en conocimiento” y se dispuso en palacio una sala de baile cercana al comedor principal. El rey confiaba en que, de entre todos los jóvenes que asistirían a sus fiestas, alguno conseguiría enamorar a su hija Sofía y ella se olvidaría de esa condición que le parecía solamente un capricho. Se encontraba viejo y cansado, y quería ver a su hija enamorada antes de morir.

Pero los deseos del rey no se vieron cumplidos. Durante las fiestas, Sofía sólo pensaba en que bailando perdía el tiempo y en volver a su tranquila biblioteca.

Una tarde, mientras se escabullía en dirección a los invernaderos bordeando la muralla del castillo, un joven se acercó a la princesa. Era Sebastián.

Ella, como hacía siempre que un hombre se le acercaba, se dirigió a él en alemán y le preguntó en este idioma su nombre.

-         Sebastián – contestó él.

-         ¿Hablas alemán? – preguntó la princesa en inglés.

-         No.

-         Entonces… ¿lo entiendes? – le preguntó de nuevo la princesa en francés.

-         No – negó el muchacho con la cabeza – pero deduzco lo que vais a preguntarme. Es lógico que subestiméis a cualquiera que se os acerque. Sólo me figuro lo que vais a preguntarme ¡y os contesto lo que me parece!

Nunca nadie se había atrevido a hablarle en ese tono, y la Princesa de las Mariposas se interesó:

-         ¿Y qué te hace pensar que sabes lo que te voy a preguntar? – replicó ofendida en correcto japonés.

-         Todo vuestro saber de nada os sirve… si no lo podéis aplicar ni compartir - contestó el muchacho  sonriente al verla sonrojarse.

-         A mí me gusta aprender – contestó ella ofendida – ¡y me fastidia perder mi tiempo con necios como tú!

Terminó su frase en chino, se dio la vuelta, se fue a su cuarto, y no volvió a bajar a las fiestas de palacio.

Para no tener aquella sensación de pérdida de tiempo, la princesa le encargó a su preceptor más querido que sólo la avisase si aparecía en aquellas fiestas algún pretendiente que tuviera nivel suficiente como para conocerla. Pero no hace falta decir que el pobre hombre no encontró ninguno.

El rey enfermó y no consiguió ver su deseo cumplido.

El día que murió, la tristeza invadió todo el castillo y la princesa Sofía se hundió en la pena como si el dolor fuese agua. No volvió a sonreír. Se pasaba los días estudiando libros de magia y encantamientos. Intentaba encontrar la manera de devolverle la vida al rey.En el ala norte, los libros de Medicina estaban siempre fuera de sus estanterías y la joven princesa ni comía, ni dormía. Hojeaba sin descanso, a la luz del sol o de las velas, libros y más libros.

Cuando ya llevaba un mes en esa locura, llamaron a la puerta de su torre.

Su criado subió seguido de Sebastián; cosa que sólo consiguió irritar aún más a la princesa. Enfurecida, empezó a gritar en mil idiomas mientras amenazaba al chico con el puño.

-         Princesa,  sólo  he  venido  a  ayudaros  -  se  acercó  Sebastián con intención de calmarla  – Ese retrato que lleváis en el cuello… es de vuestro padre, ¿verdad? – preguntó señalando el camafeo con la imagen del rey que la joven llevaba sobre el pecho.

-         No te atrevas a tocarlo – le contestó ella esta vez en su idioma – o te mandaré matar. Es lo único que tengo para no olvidar nunca el rostro del rey.

-         Veréis, princesa, yo creo saber cómo solucionar vuestra tristeza - dijo el joven arrancándole el colgante de un solo golpe.

-         Devuélvemelo, malvado, inútil, ¡ladrón! – y añadió un montón de insultos más en otros idiomas mientras intentaba forzarle a devolvérselo.

Pero Sebastián pasaba el camafeo de mano en mano y lo escondió sin que ella se diese cuenta.

El joven, sin inmutarse y sin gritar, sin perder los nervios en ningún momento, contestaba que no podía dárselo, que no podía devolvérselo, porque no lo tenía. Juraba y perjuraba que había desaparecido.

-         Dámelo – gritaba fuera de sí la princesa Sofía – Devuélvemelo. Lo tienes tú, lo tienes tú. No sé dónde… pero sé que lo tienes. ¡Lo tienes tú!

Cuando Sebastián la vio rendida, en silencio ya, con las lágrimas corriendo por sus mejillas, se acercó nuevamente a ella.

-         En  el  conocimiento,  en  la  explicación  científica,  no  están todas las respuestas – le dijo –  Algunas respuestas hay que buscarlas dentro de uno. Vuestros ojos no pueden ver el retrato, pero estáis segura de que lo tengo. Eso mismo pasa con vuestro padre: vos no sabéis dónde  está… pero está. Vuestros ojos no pueden verle, ni la ciencia de la Medicina o la Química os lo van a devolver, pero vuestro corazón sabe que está con vos y que siempre estará con vos. He venido a intentar ayudaros, no a entristeceros más – dijo devolviéndole el colgante - Los gusanos se convierten en mariposas; cambian completamente… pero los dos sabemos que son el mismo animal.

Cuentan que la princesa lloró toda la noche y todo el día siguiente sin parar; y que la noche del segundo día hizo llamar a Sebastián y le pidió que se quedase un rato a su lado.

Cuentan que los dos jóvenes se hicieron amigos y que, con el paso del tiempo, se enamoraron.

Cuentan que él la llevó de viaje por todos esos países lejanos que ella sólo había visto en los libros y que dedicaban horas enteras a estudiar idiomas nuevos. A Sebastián le encantaba divertir a la princesa y siempre trataba de hacerla reír con su mala pronunciación.

Cuentan los libros antiguos… que el reinado de la reina Sofía fue el mejor que tuvo nunca aquel país.

Aún se conservan la biblioteca, los jardines, los invernaderos y los recintos para las mariposas… porque, siguiendo la tradición, el primer día de primavera todavía se abren sus puertas de cristal para dejarlas volar.

Como lectura asociada, encontraremos en “Moraleja para adultos” una reflexión sobre inteligencia emocional, relacionada con este cuento Pincha aquí

En “Reflexionamos juntos” unas preguntas, relativas al texto, para ayudar a los niños a profundizar en él según su propia experiencia Pincha aquí

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